Crisálida.

Sentimiento sustanciado de emociones, plasmadas en palabras, dichas en un susurro que brotan del fondo de mi Alma.

sábado, 29 de marzo de 2008

El encuentro.

Es esa boca que quieres besar.
Son esos brazos
que deseas te rodeen y aprisionen
sentir las caricias de sus manos
al ras de la piel.

El deseo.

El encuentro

Es la boca que se seca
la voz aún más ronca.

El estómago que se contrae,
el corazón que se alborota,
se detiene por un instante

y luego…

Dispara, ¡galopa!
y se relaja.

Es el tiempo
que imploras se detenga
mas luego
el miedo a que termine.

El encuentro.

El deseo, la pasión, el amor
la ternura...

Son los cuerpos que se reconocen,

viejas pieles,

amores que perduran
y nunca se olvidaron.

Aún no te tengo


Mis manos
no osaron aún acariciar
la calidez de tu piel

Mis labios
no han saboreado
las mil delicias de tus besos.

Siento
atroces dolores en todo el cuerpo
por la falta
de tus imaginarias caricias

¿Quien llenará mis solitarias madrugadas?

Y esa voz,
lo único tangible que poseo de Ti,
me cuenta en un susurro
casi imperceptible
que te marchas.

Aún no has partido
Y siento

Que te he perdido.

jueves, 20 de marzo de 2008

Vestida para matar.

El cielo vestía de gris.
La lluvia vista a través de los cristales,
se imaginaba como tus besos
recorriendo mis hombros
bajando mi espalda
depositándose,
lánguidamente en la cintura.

El viento
subiendo desde el sur por las piernas
discurriéndose entre mis muslos
acariciandome suavemente el vientre.

El corazón
palpitando fuertemente
me devolvía la fragancia del perfume,
delicadamente puesta en la comisura de los senos.

“Para mujeres con carácter y personalidad…”

_rezaba la leyenda, que motivó a la compra, en el escaparate_

… Así me veía.

“…extravagantemente femenina”

_ concluía _

Y así me sentía.
Inherente a mi condición de mujer
que espera llena de deseo y pasión
con la sangre roja bulléndome en el cuerpo.


La mesa puesta
y un Baby Doll color de fresa,

Vestida para matar.

sábado, 1 de marzo de 2008

Duermevela.


Hurgando entre los poros de mi piel
algún atisbo de caricia tuya
-un vestigio- pasé la noche entera.

En ese instante de la duermevela,
con el alma cansada, el corazón,
deshecho de tristeza y desolación,
estalla en la insondable
oscuridad y escupe:

¿De que me sirvieron tantas lágrimas
derramadas por su ausencia?.

Y desde algún sitio de la habitación,
-en un susurro casi imperceptible-
la frase extraída de un libro
llena el silencio con la sencillez de sus letras:

“Nadie merece tus lágrimas;
Y quien las mereciera, no te haría llorar”.