Mientras decae el sol y las sombras cubren las intenciones. A la cabeza le espera el hueco de las almohadas.
El cuerpo siente un escalofrío que lo recorre al acercarse al lecho donde le aguarda ese temible hueco, parecido a la mazmorra, en donde la cabeza se recuesta comenzando esa encarnizada tortura que se torna en lucha entre el corazón, el cuerpo, la mente y el alma.
El cuerpo, tiritando de frío, batalla a muerte contra el corazón y la mente.
El corazón, debilitado de tanto dolor, agoniza dando los últimos suspiros. El alma, sumisa, espera dubitativa.
El palpitar del corazón, como tambor batiente, retumba en mis oídos porque de nuevo hoy, me trajo el viento esa voz, que en un hondo suspiro salido del fondo de tu corazón, evocando un dulce recuerdo, llegó hasta mí diciendo que me necesitas.
Mi cuerpo reacciona. Mi piel se eriza, sintiendo la necesidad de tu cuerpo.
El cosquilleo particular en el vientre, que se contrae. La sangre bulle, llenando las arterias; calentándolas, haciendo que el cuerpo se doble, hirviendo por el deseo de poseerte y que me poseas con esa lujuria salvaje que me lleva al éxtasis, al delirio…, depositando en Mí la simiente que jamás germinará.
La razón con su lógica y cruel sapiencia se manifiesta de manera clara, seca, a que por ventura, no quepa ninguna duda:
_ Aunque la percepción del sentimiento compartido sea tan fuerte, seguirá siendo una quimera mientras no se vea plasmada en la profundidad de los ojos, dicha en una frase pequeña o cristalizada en un trozo de papel.
Que el amor, de vital importancia en la juventud, carece de sentido ante los compromisos y promesas asumidas frente a un altar -por ambas partes rotas-, los lazos sanguíneos y el sentido de pertenencia que nos unen a los hijos, no serán vistos con la debida importancia que le damos cuando ellos, al crecer y madurar, formen su propia familia.
Y terminaremos preguntándonos: ¿Por qué lo fui postergando? _
La mente, grita triunfante, tirana, burlona su consabida verdad:
-¡¿Cuándo aprenderás?!
Una vez fuiste, mas ya no eres ni volverás a ser la elegida.
Observa a tu alrededor. ¡Disfruta de lo que tienes!
Miro mis manos, frías y cuarteadas por los años. Aparentemente llena de bendiciones, y muchas veces, hasta envidiada por los demás…
¡Están vacías!; carentes de ese sentimiento tan anhelado que hace que la vida cobre sentido.
Mi corazón siente una punzada, parecida a mil dagas ardientes y en una exhalación, con un alarido furioso, da el último grito aterrador:
¡Dios, devuélveme la vida!!
Las lágrimas se escabullen suaves, cálidas entre los párpados. Ruedan cansinamente por las mejillas y se depositan, cual delicada mariposa en una flor, sobre la almohada; siendo absorbidas, como gotas de lluvia en el árido desierto, sin dejar huellas.
El alma quebrada y triste, cansada de no recibir respuestas a sus añejas y repetitivas plegarias, deambula. ¡Huye! buscando en los sueños un recuerdo como limosna; una migaja, que le sirva de alimento para seguir subsistiendo, avivando el sentimiento que no se conforma con la resignación que antecede al olvido.
El Alba, va tiñendo el horizonte…